Residuos de sombra, de Rafael Peralta Romero

Por Giovanni di Pietro 

Residuo de sombra, de Rafael Peralta Romero nos hace pensar en otras novelas, como Bienvenida y la noche, de Rueda, y Fantasma de una lejana fantasía de Piña-Contreras.  Esto es así, no porque esta novela, al igual que las otras dos, sea de carácter testimonial, sino porque, al igual que ellas, le funciona a su autor.

Al funcionarle, se destaca dramáticamente del montón de basura de novelas que han salido en el pasado y siguen saliendo a la luz pública hasta la fecha.

Residuos es una novela sin muchas pretensiones. Es por eso, pues, que le funciona a su autor. “Quiero contar algo,” es como si Peralta Romero se hubiera dicho a sí mismo, y, acto seguido, empieza a contarlo. Nada de fanfarrias, pues; sólo los hechos. Y eso, en efecto, es más admirable. Lo es porque, cuando pensamos en lo que ocurre con muchos otros novelistas, los cuales sacan sus novelas en medio de estruendosos boatos de autopromoción, lo de este escritor toma inusitada relevancia. Qué se parangone Residuo, en toda su sencillez, con las pretensiones de Los ojos de la montaña, de Sención, y se apreciará lo que decimos. En la novelística dominicana, necesitamos más ejemplos como esta novela y menos como la que acabamos de mencionar. Sólo de esta forma será posible hablar de progreso en el campo.

Es tanto el nivel de escepticismo que hemos alcanzado al leer la novelística dominicana contemporánea, que no es posible para nosotros abrir una novela sin automáticamente tomar una actitud defensiva. “¿Será también ésta una buena dosis de basura?”, nos preguntamos. Y, procediendo a leer una novela con esta preocupación en mente, el noventa por ciento de las veces no nos sentimos defraudados en nuestras expectativas. Título tras título (no los vamos a mencionar aquí, ya que lo hicimos en otro lugar) es testimonio de este hecho. Por consiguiente, fue este mismo tipo de procedimiento que seguimos con relación a Residuos. “Esto no promete nada bueno,” nos dijimos. Sin embargo, esta novela nos probó su indudable valor, y se lo agradecemos mucho al novelista. No gastamos nuestro tiempo y nuestras energías en un absurdo ejercicio. Además pudimos comprobar que, como las novelas de Rueda y de Piña-Contreras, también Residuos aporta algo bueno a la novelística nacional.

Como novela testimonial, Residuos trata del período trujillista. Es un cuadro que va de los años treinta a los años sesenta-setenta. Su protagonista central, el doctor Ricard, es arrestado el mismo día de su investidura en la Universidad, a raíz de la invasión de Constanza, Maimón y Estero Hondo, y pasará largo tiempo en la prisión de San Isidro. Saldrá de ahí solamente en 1961, tras la muerte de Trujillo.

Al doctor Ricard, no se le arresta por estar involucrado en la invasión ni en ningún complot en contra el régimen; se le arresta, pura y simplemente, por un error de su padre, Evangelista, cometido en 1938. Este error, que consiste en una frase pronunciada descabelladamente en un mitin del Generalísimo, le cuesta a Ricard su libertad, su carrera, su novia y todo un futuro prometedor. Más que eso: le cuesta también toda su familia, ya que, apenas pronunciada esa fatídica frase, Evangelista desaparece para siempre, Miguelito, el hermano menor, será matado por el SIM, y su madre, doña Nena, perderá su trabajo como maestra de escuela y luego morirá de infarto, cuando, con aparentes intenciones premeditadas, se le dará la falsa noticia de la muerte de su hijo Tomás, o sea, del doctor.

¿Qué quiere decir todo esto? Es, sencillamente, una reconstrucción que Peralta Romero hace del ambiente asfixiante y represivo de la Era. En este período, una mera palabra, o, como en este caso, una inocua observación, podía significar la exterminación de un sujeto y de toda su familia. El error de Evangelista cala tan hondo en Tomás que, al ser excarcelado, se encerrará en un obstinado mutismo que nadie logra explicarse. Pero es simple. Es que creció en un ambiente —el de la Era— en el cual el silencio era la única realidad viable. Ante la tiranía y sus métodos represivos, era necesario callar. Todos, pues, callaban, ya que, como vemos en el caso de Evangelista, el error de hablar podía ser fatal. Era el silencio del miedo. Y ese miedo patológico presente en la Era, ese miedo del cual habla, por ejemplo, Virgilio Díaz Grullón en Antinostalgia de una Era, el novelista lo reproduce hábilmente en las páginas de Residuos. En efecto, el doctor Ricard romperá su silencio sólo en una ocasión, y eso para luego regresar nuevamente a su obstinado mutismo. Es cuando le revela a Bárbara, una joven periodista, hija de Blanca, la novia que tuvo antes de su arresto, la razón por la cual terminó en prisión y fue exterminada toda su familia. Esa razón fue el fatídico comentario de su padre en 1938.


Además de su obstinado mutismo, a caracterizar al doctor Ricard es también la suciedad que forma parte de su persona, pues no conoce ningún aseo personal. La gente le huye por el hedor que se desprende de su cuerpo. Antes, cuando era un joven estudiante, no era así; por el contrario, se deleitaba en sentirse limpio tanto en su cuerpo, como en sus vestimentas. ¿Qué le hizo cambiar? Su experiencia en las ergástulas de Trujillo. Cuando termina en los calabozos de San Isidro, Ramfis en persona lo presiona para que colabore. Él se niega. Como consecuencia, el Príncipe Tenebroso, o sea, el hijo mimado del Generalísimo, lo destina a trabajar como doctor de los presos. Esto significa que Tomás va a ser un testigo importante de todas las sevicias contra esos presos en que se deleitan ese sádico personaje y sus acólitos. Física y moralmente hablando, toda la suciedad —que sin duda no es poca cosa— de la cual los hombres son capaces, se vuelca encima de él de tal forma que lo marcará por el resto de su vida.

Pero, tanto el mutismo del doctor Ricard como su suciedad después de 1961, o sea, después de su puesta en libertad, tienen dimensiones simbólicas en Residuos. Es que, desde 1961 hasta el presente, al igual que el personaje de la novela, la República Dominicana sigue experimentando los “residuos” (secuelas) de esa “sombra” (tiranía) que fue el régimen de Trujillo.

Antes del Generalísimo, el país estaba relativamente “limpio” (liberal/democrático), y así se perfilaba en el futuro; con Trujillo, el cual impuso la “sombra”, vinieron el “silencio” y la “suciedad” (el miedo y la represión). Éstos arroparon al país por treinta años y siguen arropándolo a través de sus “residuos”.

Porque, en esta novela, además del Generalísimo del Averno (Trujillo) y del Príncipe Tenebroso (Ramfis), aparece otro personaje clave de la Era, el doctor Baralt. ¿Quién sería ese personaje? Como es obvio, Balaguer. En términos históricos, ¿quién le siguió a Trujillo y a Ramfis? Fue Balaguer. Y ¿qué es lo que prolonga en el país la “sombra” de la tiranía? Es el “balaguerismo”. El silencio y la suciedad del reformismo, eso es todo. Esta es la razón por la cual, aunque salga finalmente de la pesadilla de las ergástulas de San Isidro, Tomás sigue en su obstinado mutismo y en esa inexplicable suciedad que lo caracterizan.

Nótese bien: se trata de silencio y suciedad sólo en el aspecto externo, como una condena, como un reproche a la sociedad que le rodea; no se trata, enfatizamos, de silencio y suciedad en su aspecto interior.

Tomás sufrió los horrores de San Isidro sin comprometerse moralmente. Su conciencia se quedó incólume. Es por eso, pues, que, al salir de la cárcel, tomará muy en serio el voto que doña Nena le hiciera a la Virgen de la Altagracia, o sea, que, al salvarse, como doctor su hijo se dedicaría a aliviar las penas de todos los pobres y desamparados.

¿Cómo hablar y sentirse limpio en la sociedad dominicana, en esa sociedad que, desaparecido Trujillo, sigue viviendo en la “sombra” de la Era? Por consiguiente, para Tomás el silencio y la suciedad se convierten en una divisa de protesta contra esa nefasta realidad.

Bárbara, intrigada por la figura enigmática de este hombre, quiere saber la verdad acerca de él para contar su historia en los periódicos. Como notamos más arriba, Bárbara es la hija de Blanca, la novia de Tomás. Blanca y Tomás se iban a casar tan pronto se graduara. Blanca es de una familia acaudalada. Es el símbolo de las clases medias y altas. Por el contrario, Tomás pertenece a las clases bajas, y es el símbolo del pueblo. Simbólicamente hablando, la unión de ambos sería la salvación del país. Sólo que el Generalísimo del Averno interviene para imponer el luto y los separa. Blanca le será fiel a su prometido por lago tiempo; pero al creerle muerto, se enamora del capitán Belliard y se casa. Belliard no es el tipo de militar represivo trujillista. En términos simbólicos, representa el aspecto positivo del sistema social y político, o sea, la estabilidad. Blanca, emocionalmente desamparada, se le entrega sólo cuando llega a creer que no queda ninguna esperanza con relación a Tomás.

O sea, desde una perspectiva histórica, las clases medias y altas asumen que no es posible una alianza con el pueblo, ya que, al igual que Tomás en la novela, el cual estaría muerto, no representa el futuro. Será quizás el evento más trágico de la historia dominicana, ya que, al ocurrir ese malentendido, no será posible la “boda”, la “alianza”, entre las clases pudientes y el pueblo contra Trujillo. De esta forma, se hace imposible un proyecto nacional democrático y progresista en el país. Este trágico malentendido llevará a una escisión permanente entre esos dos polos sociales, con el resultado que la República Dominicana experimentará no sólo la tiranía (“sombra”) de Trujillo, sino su prolongación (“residuos”) en los subsiguientes regímenes de Balaguer. Por eso, Bárbara, o sea, las jóvenes generaciones, descubrirá esta verdad a través del doctor Ricard y de Blanca, o sea, de esos personajes que representan las viejas generaciones, las mismas que sufrieron y siguen sufriendo en carne propia las consecuencias de lo que fue un error histórico muy grave.

Residuo termina con esta terrible revelación. Peralta Romero no se adentra en las implicaciones de este importantísimo descubrimiento por parte de las jóvenes generaciones. Como consecuencia, las preguntas quedan con nosotros, los lectores: Ahora que se sabe la verdad sobre lo que ocurrió en el pasado trujillista y todavía sigue ocurriendo, ¿cómo remediar? ¿Cómo volver a reconciliar a Tomás y a Blanca, a las clases pudientes con el pueblo? ¿Y es posible hacerlo? Ya Tomás y Blanca están viejos, o sea, ya la brecha dentro de las viejas generaciones es irreparable. Pero, ¿qué hay de las jóvenes generaciones? ¿Seguirán viviendo una vida cimentada en el trágico malentendido de las viejas generaciones? Si eso ocurre, no habrá fin a esos “residuos” y la “sombra” continuará borrando esa luz, esa esperanza, que finalmente debería alumbrar el futuro de este desdichado país.

 

(1/2/98)

Del libro ENTRE LOS NUEVOS (lecturas dominicanas, 1995-2009) de Giovanni di Pietro (Prólogo de Carlos X. Ardavín Trabanco)


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