Rafael Peralta Romero
Al
concluir el ensayo con el que acompañó su antología titulada “Veinte cuentos de
autores dominicanos”, don Max Henríquez Ureña escribió lo siguiente:
“No
son pocas las esperanzas que se cifran en la nueva generación, cuya labor es
fecunda y brillante. A medidas que el tiempo pasa, vemos que tales esperanzas
no son vanas, puesto que esa generación empieza ya a producir obras fuertes y
bellas”. Era 1938.
Jóvenes
de ese momento eran Juan Bosch, que estaba por cumplir los treinta años, Tomás
Hernández Franco, treinta y cuatro, Ramón Marrero Aristy, veinticinco y otros
autores que publicaron sus primeras obras antes de 1930, tales como José M.
Pichardo, Gustavo Adolfo Mejía, Manuel Patín Maceo y César N. Perozo y por
supuesto José Rijo, incluido en la antología de don Max Henríquez, cuando sólo
contaba veintitrés años y sobre quien cayó muy efectivamente el vaticinio del
antólogo.
El
siglo veinte se inaugura con cuentistas de indudable importancia, entre ellos
José Ramón López, autor de Cuentos Puertoplateños, publicado en 1904. Con este
escritor comienza a hablarse del cuento en sentido estricto. Antes, muchos
publicaron leyendas, consejas, cuadros de costumbre y otras formas de la
narración breve. También hubo los cuentistas ocasionales que escribieron uno o
dos cuentos.
Fabio
Fiallo, más celebrado como poeta, ofrece en 1908 sus “Cuentos Frágiles” y en
las dos décadas siguientes aparecen algunos cuentistas que motivaron a Max
Henríquez Ureña a expresar las palabras que hemos citado al principio de esta
exposición.
En
este período surge también Sócrates Nolasco, quien ha ocupado posiciones
señeras en la historia de nuestra narrativa con sus cuentos de tema sureño,
interés por lo autóctono y la vida contemporánea.
La
novela tiene en ese momento un buen repunte. El vegano Federico García-Godoy,
con su trilogía compuesta por “Rufinito”, “Guanuma” y “Alma dominicana”, es un
buen ejemplo de ello. Pero también lo es Tulio M. Cestero con su novela “La
Sangre”, clásico dominicano, y Andrés Francisco Requena con “Los enemigos de la
tierra”, todas aparecidas en el primer tercio del siglo 20. Es un momento de
gran crecimiento literario e impulso de la narrativa, cuando aparecen además,
“La Mañosa”, de Juan Bosch, y “Cañas y Bueyes”, de Francisco Moscoso Puello.
En
su voluminosa antología titulada “La narrativa yugulada”, la mas amplia que se
haya realizado sobre la cuentística dominicana, Pedro Peix, su autor, no
incluye a Fabio Fiallo ni a José Ramón López, no obstante ser este ultimo el
primero en publicar un volumen de cuentos y haber sido designado con su nombre
el Premio Nacional que sobre el genero otorga el Estado.
Peix
considera a López autor de los primeros escarceos, tentativas, bosquejos del
cuento dominicano, pero no del cuento mismo. Esto ocurre porque el conocido
cuentista sitúa el nacimiento de la narrativa breve en nuestro país
a
partir de 1930.
Lo
contradictorio de este asunto es que Peix juzga a Bosch el “verdadero precursor
del cuento dominicano…”. Se sabe que es parte de nuestra tradición considerar a
López el precursor. Quizás convenga recordar lo que sobre esta palabra indica
el Diccionario:
Precursor:
“Que precede. Que profesa o enseña doctrinas o acomete empresas que no tendrán
razón ni hallaran acogida, sino en tiempo venidero”.
Somos
muchos los que hemos andado con la idea de que es López el precursor y es
lógico pensar que si el cuento nace con Juan Bosch, entonces al autor de La
Mañosa no se le puede considerar precursor, sino el primer cultivador del
cuento desde todas sus formalidades, pues el precursor debe ser aquel que actuó
antes del acontecimiento que se esperaba, como Juan Bautista con relación al
nacimiento de Jesús.
Lo
que si damos como hecho cierto es que en la década de los 30 aparece un grupo
de escritores que marcarían definitivamente el surgimiento del cuento con el
rigor de género independiente provisto de leyes formales y rasgos literarios y
lingüísticos claramente definidos. A su vez se estableció la diferencia de este
tipo de escrito con la diversidad de textos narrativos, y que por tanto cuentan
hechos, pero que corresponden a otras denominaciones.
En
tal sentido, hay que citar a Juan Bosch, Ramón Marrero Aristy, José Rijo,
Freddy Prestol Castillo y hasta cierto punto a Rafael Lamarche. La mayoría de
los cuentistas eran de origen provincial, por eso parten de arquetipos rurales,
con la tierra como escenario.
Juan
Bosch
En
1933 aparecen los primeros cuentos de Juan Bosch en el volumen Camino Real.
“Sólo entonces puede afirmarse que el cuento es asumido como una convención
literaria, como un genero excluyente que tiene sus propias leyes formales, su
propio código narrativo inscrito en una estructura que no acepta digresiones ni
tolera remembranzas o introducciones caprichosas”. (p.7) Peix.
Bosch
y los cuentistas que crecieron en torno a el en los años treinta representaron
una marca importante en el quehacer literario y ellos no estaban por debajo de
quienes escribían cuentos en otras regiones del continente, en cuanto a los
recursos estilísticos utilizados y la temática abordada.
Juan
Bosch publicaría después tres considerables volúmenes titulados Cuentos
escritos en el exilio, Mas cuentos escritos en el exilio y Cuentos escritos
antes del exilio. Su manual Apuntes sobre el arte de escribir cuentos, sirvió a
generaciones de jóvenes escritores de aquí y de América para dar sus primeros
pasos en el complejo oficio de cuentista. Es decir, hay razones para estimar
que la década de los 30 significa el real punto de partida de nuestra
cuentística.
Ramón
Marrero Aristy (1913-59)
Publicó
el volumen de cuentos Balsié en 1938 y su celebrada novela Over en 1939. Había
publicado en 1933 un texto considerado libro de juventud con el titulo Perfiles
agrestes (biografía de Trujillo).
Respecto
del libro Balsié, el propio autor se permitió clasificar su contenido en
narraciones, estampas y cuentos, como aparece en la primera edición de
editorial Caribes en 1938.
Bajo
la pesada atmósfera de la Era de Trujillo, Marrero trabaja un realismo que
describe las desigualdades sociales y la explotación del hombre, más que por el
hombre, por el sistema social y económico imperante. Las precariedades en que
se desenvuelve el hombre de campo o los abusos de los centrales azucareros con
su personal más humilde brotan de las páginas de Marrero con fuerza visible.
José
Rijo, ( 1915-1992)
Publicó
sus cuentos en los periódicos de la época durante las décadas 30 y 40, mucho
después (1978) los recogió bajo el título Floreo. También dio a la luz el texto
“Entre la realidad y el sueño”. Se le menciona como “una de las principales
columnas del primer eslabón del cuento dominicano”. Su producción no es
voluminosa, pero de relevante valor en los detalles formales.
Freddy
Prestol Castillo (1914/1981)
Nacido
en San Pedro de Macorís se movió por distintos puntos del país en cumplimiento
de tareas profesionales.
También
pertenece a esta etapa de despegue del cuento, de él se ha dicho que tuvo un
“ejercicio promisorio” en la narrativa, pero sus cuentos quedaron dispersos en
las páginas de los diarios. Oportuno es el momento para sugerir a la Secretaría
de Estado de Cultura disponer el trabajo de recopilarlos para que en la próxima
feria del libro sean presentados en un libro, como un homenaje mínimo a este
narrador, salvado del olvido por la persistente presencia de su novela El
Masacre se pasa a pie, una de las mas vendidas de nuestras librerías. En su
narrativa se destaca la fuerza expresiva y un grato tinte lírico.
Al
poeta Rubén Suro, quien conoció a Prestol en los tiempos juveniles, cuando
intercambiaban ideas y lecturas, se refiere a los cuentos que publicaba
semanalmente Prestol en Listín Diario y que el grupo Los Nuevos, en La Vega,
los esperaba ansiosamente. Suro ha escrito un magnifico comentario que me
parece oportuno compartir con ustedes.
“En
el cuento de Freddy latía la tierra dominicana. Sus raíces telúricas las
encontramos en los diversos sitios del país donde sentaba sus reales en el
desempeño honesto de una carrera judicial brillante. Sus frecuentes contactos
con nuestro campesino se reflejaban de manera admirable en cuanto narraba. La
maestría de Bosch en la descripción del paisaje criollo y el diestro manejo del
diálogo de Marrero Aristy se juntaban en una prosa fácil repleta de imágenes
novedosas que surgían espontáneas, libres de rebuscamientos. Escribía al correr
de la máquina. Creo que lo que le resultaba más trabajoso era volver a leer lo
ya escrito a toda velocidad. Después de concluida la obra, ¡cosas de la prisa!,
en los originales, tener que pescar las erratas, encontrar un gazapo, sustituir
una palabra por otra…Eso, sabemos, no era de su predilección. Sabía que debía
hacerlo, lo pensaba, mucho, muchísimo…y al fin se decidía”.
“Ahora,
y para terminar, sin salirme de las fronteras patrias, me atrevo a asegurar que
, entre los nombres de Juan Bosch, Ramón Marrero Aristy y Tomás Hernández
Franco, los clásicos de la nueva narrativa dominicana, hay que agregar otro
nombre: el de Freddy Prestol Castillo. Y si hubiera alguien que dude ¡que lo
diga después de que lea a Pablo Mamá”
(Contraportada
de Pablo Mamá, Taller, 1985 )
Los
cuentistas del 30 marcaron este quehacer y los resultados se vieron de
inmediato en los escritores de la década del 40, en quienes dejaron su
impronta, tal el caso de Ángel Hernández Acosta.
Algunos
historiadores de la nuestra literatura sostienen que después de la década del
30, la narrativa dominicana entró en crisis, es decir que se estanco. Pero sin
ánimo de pleitear me permito traer a colación unas noticias curiosas sobre la
producción literaria en nuestro país.
Según
datos del historiador Frank Moya Pons, en su valioso libro Bibliografía de la
Literatura Dominicana, durante el siglo 19 se publicaron 58 obras literarias en
diez variedades de géneros, de las cuales hubo siete novelas y dos libros de
cuentos.
Si
comparamos estas cifras con lo ocurrido en el primer tercio del siglo veinte,
concordaremos en el auge constante de la producción literaria narrativa.
Veamos: En las primeras tres décadas del pasado siglo se publicaron, de acuerdo
a los registros de Moya Pons, 42 novelas y 26 volúmenes de cuentos. La poesía,
por supuesto, ocupó los primeros lugares con 228 libros en ese período.
Nada
han de extrañar estos datos, habitando como habitamos, en una tierra muy fértil
para la poesía. Pero es bueno observar cómo viene creciendo el número de
publicaciones de obras narrativas, ya que en el segundo bloque de tres décadas,
es decir 1931 a 1960, se cosecharon 98 novelas y 67 libros de cuentos. La
cantidad de libros de cuentos lanzados en esos treinta años resulta superior a
la totalidad de obras de autores dominicanos editadas en todo el siglo 19.
Es
a partir de la tercera parte del siglo veinte cuando el cuento supera a la
novela. Moya Pons registró para el período 1961-1990 un total de 151 novelas
publicadas y 160 libros de cuentos.
Quizás
resulte antojadizo, pero yo me permito asociar esta producción narrativa de la
séptima década hacia acá con la década del 30. Es que quienes comenzaron a
destacarse en los 60, nacieron, biológicamente, en la década del 30, para así
aumentar los meritos de esta etapa en la narrativa breve dominicana.
Los
nacidos en la década de los 30
La
década de los treinta ha sido generosa para la cuentística nacional por la
pléyade de narradores nacidos durante ese período. Vale recordar a escritores
como:
Abel
Fernández Mejia (1931)
Marcio
Veloz Maggiolo (1932)
Carlos
Esteban Deive (1935)
Armando
Almánzar (1935)
Efraín
Castillo (1935)
René
del Risco Bermúdez (1937)
Iván
García (1938)
Rubén
Echavarría (1940)
Sobre
ellos ha caído también la predicción de Max Henríquez Ureña y desde luego, ya
no son promesas, sino realidades palpables de la literatura dominicana.
“No
son pocas las esperanzas que se cifran en la nueva generación, cuya labor es
fecunda y brillante. A medidas que el tiempo pasa, vemos que tales esperanzas
no son vanas, puesto que esa generación empieza ya a producir obras fuertes y
bellas”.
(Palabras
de Rafael Peralta Romero para intervenir en el coloquio “Homenaje al cuento”,
el 22/4/09 con el tema El cuento dominicano en la década de los 30).
necesito el libro El conejo en el espejo
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