DOS DE LOS 100 CUENTOS ENANOS DE RAFAEL PERALTA ROMERO

 Lucas y María


Un lucero con figura de mujer penetró en casa de Lucas, en Bitinia. Lo saludó por su nombre y lo iluminó con una apacible sonrisa. Lucas rebosó de satisfacción al descubrir que era María, pues soñaba hablar con ella y completar así sus apuntes sobre el nacimiento de Jesucristo.

—¿Cómo será posible —le había dicho un prosélito—, si han pasado décadas desde que María fuera asunta al cielo?

—Para ella todo es posible, hermano carísimo. Lucas había enmudecido frente a la resplandeciente mujer, pero ella respondió lo que él quería indagar.

—Sé, apreciado Lucas, de dónde me llegó la inspiración cuando proclamé el Magníficat. Hoy te ha sido dado saber que lo expresado ese día fue obra del Altísimo. No he sido yo quien hablara. Lo que de mi boca salió lo inspiró el Espíritu Santo. En verdad te digo, que ni siquiera el día que el ángel me anunció que sería madre del Mesías, viví experiencia igual.

Lucas intentó hablar, pero su lengua seguía trabada. María le explicó lo que significa aquel salmo de alabanza y se asombró de que hasta de política hablara: “El Señor dispersa a los soberbios en sus planes, derriba del trono a los poderosos y eleva a los humildes”.

Entre sus notas, Lucas escribió que María conservaba vivos esos recuerdos y los meditaba en su corazón.


Congoja del padre


Nadie advirtió su congoja, pero cada tarde lloraba en la terraza del piso alto, mirando hacia la profundidad del camino. Los otros hijos, poco consuelo le ofrecían; más bien, se mostraban huraños y recelosos.

Disminuyeron sus apetitos y su voluntad para el trabajo. El hombre persistía en mirar el camino con la esperanza de avistar el regreso de su hijo. Lágrimas empañaban sus ojos, el miedo a lo peor estremecía su interior, pero nadie se percataba de su sufrimiento.

Sucio, demacrado y empobrecido, un día regresó el hijo dispendioso. Los otros hijos hablaron con el padre, sólo para reprocharle su generosidad con el que se había ido. Eso reforzó su angustia. Todos hablaban del hijo que se marchó y cargado de penurias retornó al hogar. Pocos advirtieron del padre la congoja.

(Paráfrasis de Lucas 15, 11-32).

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