Entre el tiempo y el espacio, la poesía

    Estas palabras acerca del poemario “Entre el tiempo y el espacio”, de José Elías Muñoz, andarán muy lejos de las profundidades por las que ha penetrado el maestro Juan Antonio Rosario, autor del prólogo.

   Él ha titulado su escrito de manera provocativa: “¿Es la poesía filosofía o es la filosofía la rectora de los destinos de la poesía?” Como si asumiera el desafío del apreciado colega, me permito afirmar que hay una actitud filosófica en la poesía de Muñoz.

   Queda evidenciado en el hecho de que el poeta lo ve todo a través del amor, amor que se vincula al sexo y al erotismo. El erotismo que destila esta poesía es perceptible, aunque lejano a lo muy explícito y vulgar.

   No sé explicar hasta qué punto la poesía de José Elías Muñoz haya sido influenciada por las teorías de la sexualidad divulgadas por el sabio austriaco Sigmund Freud.



   Lo que nadie puede ignorar, ni siquiera el más ingenuo, es que la sexualidad no es, ni puede ser, ajena a ningún ser humano.

   A mí me parece que la poesía guiada por la filosofía tiende a espantar lectores, porque se asocia a lo complejo, quizás a lo impenetrable o lo imposible de descodificar.

   Y me parece también que José Elías compone poesía para ser leída, leída por personas no necesariamente doctas en materia literaria, filológica o de otra especialidad, en fin, se trata, la suya, de textos que tocan de cerca lo humano, el ser humano y sus necesidades espirituales.

   El asunto predominante en esta poesía es el amor, recordemos el dicho de Terencio “nada humano me es ajeno”, y estoy tentado a simplificarlo diciendo que a ningún humano el amor le es ajeno.

   José Elías no es la excepción, y el amor aparece en su poesía con manifestaciones regidas por variadas circunstancias, aunque el canto va dirigido a una sola musa: la novia eterna.

   Esta poesía es auténtica y obedece a mandatos interiores, a esos que se producen en momentos en los que el autor logra abstraerse hasta colocarse en un estrato al que solo pueden acceder los privilegiados a quienes les ha sido dado manejar el lenguaje de la poesía. Veamos este ejemplo, poema Volcán.

   “El ruido del silencio /de tu alma/ entorpece/mis posibles caricias/ pone a vibrar/ mis emociones/ ilumina el sendero/ de mi vida/ y provoca la erupción/ de mis besos”. (p. 35)

   El lenguaje de la poesía necesita del misterio y la extrañeza, y esto es lo que diferencia al poema del dicho ordinario. Todos podemos decir a alguien “me gustas” o “te deseo” o cosa más explícita como “quiero acostarme contigo”, y hasta un poeta podría valerse de esos recursos tan volátiles y habituales, pero cuando ejerce la función creadora, el poeta expresará sus deseos de este modo: “…deslizar mis suspiros sobre el lugar deseado”.

   Tan fácil como eso es detectar el filósofo en la poesía de José Elías Muñoz, bastará una lectura al poema “Cosmos”. Oigamos esta pieza digna de antología: 

   “Eres la risa de mi existencia

El paladar de mis pesares

El rostro de mis andanzas

La agudeza de mi accionar

La llama de mis quehaceres

La pureza de mis desventuras

El iris de mis decires

La mirada de mi impaciencia

El audio de mi devenir

El tacto de mis otredades

La presencia en mi oquedad

Eres mi cosmos…” (p.41)

   “Entre el tiempo y el espacio” es un libro de poemas en el que la poesía está muy presente. Y lo está porque en estos poemas hay sentimiento, hay ritmo y hay melodía, los cuales son los insumos de los que han sido compuestos y debe componerse toda poesía.

   Y me parece también que José Elías compone poesía para ser leída, leída por personas no necesariamente doctas en materia literaria, filológica o de otra especialidad, en fin, se trata, la suya, de textos que tocan de cerca lo humano, el ser humano y sus necesidades espirituales.

   El asunto predominante en esta poesía es el amor, recordemos el dicho de Terencio “nada humano me es ajeno”, y estoy tentado a simplificarlo diciendo que a ningún humano el amor le es ajeno.

   José Elías no es la excepción, y el amor aparece en su poesía con manifestaciones regidas por variadas circunstancias, aunque el canto va dirigido a una sola musa: la novia eterna.

   Esta poesía es auténtica y obedece a mandatos interiores, a esos que se producen en momentos en los que el autor logra abstraerse hasta colocarse en un estrato al que solo pueden acceder los privilegiados a quienes les ha sido dado manejar el lenguaje de la poesía. Veamos este ejemplo, poema Volcán.

 

   “El ruido del silencio

de tu alma

entorpece

mis posibles caricias

pone a vibrar

mis emociones

ilumina el sendero

de mi vida

y provoca la erupción

de mis besos”. (p. 35) 

   El lenguaje de la poesía necesita del misterio y la extrañeza, y esto es lo que diferencia al poema del dicho ordinario. Todos podemos decir a alguien “me gustas” o “te deseo” o cosa más explícita como “quiero acostarme contigo”, y hasta un poeta podría valerse de esos recursos tan volátiles y habituales, pero cuando ejerce la función creadora, el poeta expresará sus deseos de este modo: “…deslizar mis suspiros sobre el lugar deseado”.

Rafael Peralta Romero

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