La niña que parecía de agua por Rafael Peralta Romero


Artista Regina Raull. México


Melancólica, frente al río, la niña llovía lágrimas. Se apoyaba en una piedra alta y pulida, como si se recostara en el tronco de un árbol.

Tanto lloraba que parecía que con sus lágrimas quisiera aumentar el caudal del río.

Pasó por allí un agricultor que vio sin detenerse que una niña lloraba. Iba el labriego con su mente muy lejana, pues pensaba que los pájaros podían dañarle la cosecha y como tan ocupada llevaba su atención, no dispensó a la niña ni un saludo, ni una palabra.

Pudo decir “niña, ¿qué te pasa, por qué lloras?”, pero pasó y no dijo nada, como si nadie estuviera allí.

La niña seguía gimiendo. Cuando ya del labrador no se veía ni la silueta, asomó al lugar un maestro, con su portafolio  y su ropa bien planchada. Llevaba reloj de pulsa y justamente cuando llegó al punto más cercano a la niña, lo miró. En su rostro se dibujó una inquietud, se le estaba haciendo tarde.

«Los muchachos se pueden desesperar», pensó el profesor y aceleró el paso. En ningún momento dijo nada a la niña que recostada sobre una piedra más alta que ella, lloraba sin parar. Ni siquiera dijo «niña ¿qué te han hecho?».

«A nadie le importa mi dolor», pensó la chica y lo creyó más todavía, cuando pasó por el lugar un predicador.

Llevaba una biblia negra, con los bordes rojizos y su pensamiento andaba distante, pues dedicaba todo su esfuerzo a memorizar un grupo de palabras que quería repetir más adelante.

El predicador no se detuvo a observar que una niña lloraba tanto como para alimentar el río. Y pasó sin decir nada. En ningún momento dijo «¡Dios, qué le ha ocurrido a esta niña!».

La niña aumentó entonces la intensidad de su llanto.

El río estaba muy quieto y podían verse claritas las ondas que se formaban cuando caían las lágrimas. 

Una ranita pálida y delgada sintió que algo extraño ocurría y dio un salto fuera del agua. Se posó sobre un trozo de palo varado sobre yerbas acuáticas y de inmediato quiso consolar a la muchacha.

—Dame razón de tu llanto, dime por qué tantas penas —dijo la rana mientras miraba fijamente a la niña.

—Es que me han dicho —dijo entre gemidos la niña— que yo me parezco al agua.

—Y eso ¿qué importa? —inquirió la rana. A lo que la niña respondió:

—Olor no tendría si soy como el agua. También, amiga, me faltará el sabor. No sé qué será de mi vida si en mí no hubiera color.

La rana rió de buen modo y tan fuerte fue su cua cua, cua, que se oyó en los charcos vecinos. La niña entre tanto, palideció aún más y aunque había disminuido el llanto, aumentó su desconsuelo. Creyó que la rana se burlaba de su dolor y eso le dio nueva fuerza para sus gemidos.

La rana sospechó que algo extraño pasaba y detuvo la risa. Apoyó más sus patitas delanteras sobre el madero, levantó la cabeza y en tono grave, como si fuera una maestra, quiso decir algo muy serio:


—Así no razones,  —dijo la rana,

pues mejor que el agua, nada.

Piensa que eres pura, mi niña.

Importante, necesaria y diáfana.


Como a la niña no le bastaban estas razones para remediar su desconsuelo, la rana siguió buscando en su diminuta cabeza otros argumentos para calmarla. Se empeñó en explicarle que no se mofaba de ella y que el motivo de su risa jamás sería la burla. Asumió la rana un tono tan familiar, tan tierno, que no dejaría duda a su interlocutora de que le hablaba con el corazón.

—Puedo ser como una madre para ti —dijo mientras miraba los ojos de la niña— y por eso quiero que pongas atención a lo que te voy a decir, tú eres un alma muy sensible, pero también eres muy tonta.

—¿Por qué me dices eso, no eres acaso mi amiga?

—Porque soy tu amiga te digo, niña, que debes aprender a quererte y deja de convertir en desgracia lo que debe ser una dicha. Ser importante como el agua, ser pura y clara hace mucha falta.

Entonces la niña cesó de llorar y sus ojos recobraron el brillo, burbujearon sus labios una sonrisa y una suave luz salía de su rostro. Se abrazó la niña con el río, en un abrazo de cuerpo entero en el que también participaba la ranita, que croaba muy emocionada.


© Rafael Peralta Romero

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