El gato irresponsable por Rafael Peralta Romero






De los gatos se dice de todo, juzgando por el comportamiento de ellos como grupo. Que si los gatos son mañosos, que si son ingratos, que si se roban la carne y otros alimentos. Pero pocas veces se habla de la responsabilidad de un gato. Se sabe de gatos que son responsables y de otros que no tienen esa virtud.
Ahora, nunca se vio gato más irresponsable que aquel del que quiero hablarles. Se llamaba Hol Gazán.
Este era tan, pero tan irresponsable que la casa donde vivía se convirtió en la favorita de los ratones. Allí hacían ellos hasta fiestas. Además de encontrar su alimentación en la cocina, roían los libros, manchaban la ropa, y a veces mordían a los niños.
Y Hol Gazán, ese gato grande y blanco siempre dormitando, cuando no en una silla del comedor, en la escalera, o tomando sol en el balcón. La dueña de la casa lo estimaba mucho y hasta lo respetaba, dizque por honrado. Porque ese gato no se comía las cosas que dejaban sobre la mesa o en la cocina. En eso era confiable.
A decir verdad, a Hol Gazán lo alimentaban muy bien. Le preparaban comida en la casa, además de comprarle grandes fundas de alimento. Eso nunca faltaba en la lista del súper. Y si se olvidaba alguna vez, como quiera alguien de la familia, sobre todo los niños, colocaba el alimento en el carrito de compras.
En las demás viviendas, los vecinos se quejaban poco de la presencia de ratas, pero en la casa donde vivía el gato Hol Gazán esos seres tan dañinos cometían todo tipo de barbaridades. Era como su lugar favorito. En las noches se les oía corretear en el cielo raso, bailaban en los closets, parecían jugar béisbol en la cocina, y se refrescaban en platos y cacerolas.
Pero nada de esto preocupaba al gato de la casa. Parece que dijera: «Ay, qué caray, qué me importa a mí lo que haga nadie». Y seguía viviendo en la inactividad. Su actitud cambió un día, o mejor, tuvo que cambiar, porque también varió su suerte.
¿Qué le pasó al gato? ¿Qué lo hizo cambiar? Bueno, bueno, cualquiera no sabe ni cómo decirlo.
Ocurrió que la sociedad de ratas y ratones celebraba una gran fiesta. Creo que se conmemoraba su día, y organizaron juegos y competencias en una gran alcantarilla donde vivían muchos de ellos.
La competencia más difícil, para la que ofrecían el premio más codiciado, consistía en llevar un gato al lugar de las celebraciones, pero un gato vivo, que pudiera sentir las mofas de la congregación de ratas, y que pudiera dar testimonio del poder de esos malignos roedores.
Los ratones que vivían en la casa del gato haragán se rieron al escuchar ese anunció. «Ganamos nosotros», se dijeron. Y prepararon su plan, que no era otro que cargar con el gato Hol Gazán hacia la fiesta de los ratones.
Como era de esperarse, lo encontraron durmiendo, y aunque despertaba por momento, no hizo ningún gesto que asustara a los atrevidos ratones. Estos trabajaban afanosos en pro de su objetivo, pero la carga pesaba mucho, pues, como les contaba, era un gato muy bien alimentado.
Además de una ratomagia, los astutos ratones prepararon unos amarres en las patas para que, si intentaba marcharse, no pudiera hacerlo.
Cuando tomó conciencia de sí, el gato se preguntaba qué pasaría con él. Propuso a sus captores un trato de relaciones amigables a cambio de su libertad, pero a ellos no les pareció atractivo. Al contrario, se rieron de él.
Avanzaron, aunque despacio, con el gran peso. Y el gato volvió a pedir clemencia. «Más adelante te responderemos», dijeron las ratas. Y continuaron con su plan. Entonces Hol Gazán intentó zafarse, simulando enfado. Los secuestradores también se molestaron y amenazaron con violentarse. El gato se calmó.
Faltaba poco para llegar al sitio, pero los ratones estaban agotados y temieron que su plan fracasaría. El gato lo entendió y mordió a uno de ellos. Entonces el más viejo del grupo dijo al gato:
—Mira, es mejor que colabores, para que salves tu pellejo, tú no conoces la historia de que algún ratón se haya comido un gato. Tengo una propuesta a tu favor.
—Exprésala —dijo el gato, quien escuchaba muy atento.
Ahí fue cuando el ratón mayor le dijo:
—Te quitaremos las ataduras de las patas traseras, tú te comprometes a caminar hacia el lugar de nuestra fiesta, llegas con nosotros, permaneces un tiempo allí, y luego te dejaremos escapar.
El gato aceptó el trato y caminó con ellos hacia la alcantarilla, donde se celebraba la convivencia de ratas. Tremenda algarabía se armó cuando vieron a los seguros ganadores entrar con su presa. Hubo bulla, aplausos y chillidos.
Se hacía difícil para el gato soportar la suciedad y los olores de la cloaca, pero hubo de soportarlos. Como también aguantó las burlas y mofas de la ratonada. Y le decían: «¿Tú no comes ratón?, cómeme a mí». Hasta los más pequeños se burlaban. Y todos gozaron hasta el cansancio.
Sucio y hediondo llegó a la casa, llenando de asombro a la familia. Pero también provocó rechazo, pues nadie quería que el gato se le acercase ni tampoco que subiera a los muebles. Qué situación más difícil, nunca le había tocado vivir un momento así. Lloró amargamente, sobre todo al pensar en la vergüenza que significaba dejarse atrapar y humillar por unos miserables ratones.
En su reflexión, cayó en la cuenta de que sólo él era el responsable de su problema, él único responsable por no haber cumplido con su deber. Eso lo identificaba como un gato irresponsable, y fue el origen de su desgracia.

Rafael Peralta Romero

Comentarios