Periodista y escritor, ganador de El Barco de Vapor por su novela De cómo Uto Pía encontró a Tarzán, autor de varios libros de literatura infantil, entre ellos, A la orilla de la mar
Por Luis Martin Gómez
Como de niños vivimos en el mismo barrio, Rafael
Peralta Romero y yo tenemos el recuerdo común del ciudadano español que afilaba
cuchillos y navajas en su amolador automático, una piedra circular corrugada
adherida a una polea que era accionada por una correa conectada al abanico del
radiador de un Austin color rojo. Por eso, cada vez que nos vemos, antes de
intercambiar los saludos protocolares, echamos un duelo para ver cuál de los
dos dice primero la frase “traiga su cuchillo, traiga su tijera, traiga su
navaja, y traiga todo lo que sea de amolar...”, que era parte de la promesa
publicitaria del moderno amolador, reproducida como un mantra por un megáfono
colocado en el techo del auto picado por las chispas.
Pero Rafael y yo tenemos otra cosa en común: cultivamos
la literatura infantil, él más que yo y con mejores resultados, pues ha escrito
siete libros para niños y jóvenes, por uno de los cuales obtuvo el prestigioso
premio El Barco de Vapor, de Ediciones SM. Ahora suma un nuevo título a esta
literatura tan especializada con A la orilla de la mar, conjunto de historias
que ocurren en Los uveros, ciudad literaria inventada por Rafael y que estaría
localizada cerca de Miches, donde nació el autor.
LMG Nada, Rafael, ya se ha dicho otras veces, que
no porque un libro esté escrito con lenguaje sencillo, tenga algunos dibujos y
diga en la portada “Literatura infantil”, sea eso; tú que la escribes y
estudias, ¿cuáles son las claves de este tipo de obra?
RPR Pues esos mismos detalles lo son, el libro para
niños deberá tener un nivel de lenguaje simple, alguna delicadeza en su
contenido (qué va a inculcar, qué va a
dejar en el niño), y hará uso de las repeticiones, para fijar algunos
contenidos.
Peralta Romero no está ajeno a ese debate que se
activa con cada obra de literatura infantil, y que de tanto abordarse se ha ido
convirtiendo en un lugar común, el que cuestiona si las obras para niños deben
necesariamente enseñar algo. El no considera apropiado que en un cuento
infantil se premie al malvado pero tiene sus reservas sobre la forma en que se
relacionan literatura y educación.
RPR Se ha dicho que la peor enemiga de la
literatura infantil es la didáctica. Alguien ha usado el término “sirvienta”
para indicar el nivel de dependencia de una respecto a la otra. Pienso que la
literatura infantil, de por sí, es educativa. El hecho de que el niño lea, que
se divierta leyendo, ya es un aprendizaje. Pero no procede el cuento o la
poesía que busca que el niño se lave las manos, que respete a padre y madre,
que crea en Dios. Yo digo que la literatura debe servir a la educación haciendo
que el niño primordialmente mejore su capacidad comunicativa.
Con esto en claro y usando deliberadamente una
forma de narrar que recrea la oralidad, Rafael Peralta Romero consigue en A la
orilla de la mar un puñado de relatos que reivindican la figura del abuelo como
contador de cuentos, como el chamán socialmente aceptado que tiende un puente
entre memoria y deseo, entre mito e imaginación. En esta nueva obra podremos
leer, por ejemplo, sobre “Mediopeje”, un
pez que es eso, medio pez, con un ojo, una aleta, pero con un corazón entero,
incapaz de envidiar a esos otros peces “que andan llevándose el mar por
delante”. O las peripecias de “Boquita, el maquey” para solucionar su problema
inmobiliario, pues el caracol que habitaba le ha quedado chico y necesita
urgentemente mudarse a otro, lo cual consigue con ayuda de un niño y su padre
pescador. O las aventuras del intrépido Pez Caribe, quien decide probar suerte
en el Támesis y luego, ignorado por los ingleses y afectado por el frío, decide
regresar al mar cálido de su isla caribeña.
Contrario a la riqueza del texto y la creatividad
de sus historias, A la orilla de la mar cojea en la parte gráfica. Los dibujos
son francamente malos y demeritan el esfuerzo del autor. Tal vez una editorial
exigente lo hubiera ayudado en este sentido. Por cierto, ¿confías en las
editoriales o consideras que el marketing promocional aplicado a la literatura
infantil condiciona al autor con temas y formatos que quizás no sean los que
necesitan los pequeños lectores?
RPR No es malo. En otros países, Argentina, México,
España o Cuba, la literatura infantil es una verdadera industria. Aquí, en
cambio, ni es rentable para el autor, ni es negocio para las librerías, ni es
preocupación del Estado, ni interesa a padres y maestros.
LMG Me gustó de tu libro que cuentas las historias
como si lo hicieras verbalmente a un grupo de exploradores reunidos alrededor
de una fogata, ¿has comprobado que esa técnica resulte más efectiva para
despertar el interés en el cuento y aumentar su nivel de compresión?
RPR Me parece que sí, lo he probado y lo he vivido.
Yo vengo de una generación de niños que contaba cuentos. Recuerdo que
comenzábamos con la frase “si del cielo cae una canasta de huevos, cuantos tú
cogerías…”, y el que decía mayor cantidad de huevos tenía que contar más
cuentos. Utilizábamos la palabra oye: “oye lo que me pasó, oye lo que me
contaron”. Esto yo me lo propongo en mis
trabajos, que sea un niño el que cuente
historias a otros.
Rafael y yo nos encontraremos otra vez y echaremos
nuevamente el duelo sobre la frase del amolador automático. Mientras tanto, nos
despedimos con otra frase común a nuestra infancia y que usábamos para indicar
que la reunión se había terminado, esa que dice “se rompió la taza, cada quien
para su casa”.
El autor es periodista y escritor
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