El humor de Rafael Peralta Romero en “Los tres entierros de Dino Bidal"


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Por narrativadiaadia
Por Rafael Darío Duran
   
Regularmente cuando se lee un texto precedido de la justificada expectativa que generó en el 2000 la primera edición de “Los tres entierros de Dino Bidal”, hay detalles que uno no toma en cuenta por la premura de sumergirse en la degustación de la lectura.

Fue mi caso. No noté lo acertada de la portada (que en la cuarta edición el autor ha preferido cambiar), que consiste en la figura de un perro patas arriba, que proyecta una sombra difusa sobre la arena de la playa de Guaco, comunidad donde ocurre el asesinato y los tres entierros de Dino Bidal.

El can es la clave de toda esta trama que pone también patas arriba los cimientos de la Justicia, en una época matizada por la más férrea dictadura.

Rafael Peralta Romero, con su maestría de narrador  y su experiencia de periodista, nos cuenta una historia descarnada, en la que hace gala de su habilidad de cronista.

“Los tres entierros de Dino Bidal” es una crónica sobre un horrendo y cobarde crimen, un ejemplo del poder que tenía un guardia durante la tiranía de Rafael Leonida Trujillo Molina y de que, a pesar de la ignominia y la represión, había hombres capaces de poner en riesgo sus vidas en ara del ideario de la Justicia.

Desde el principio el lector sabe que los guardias de puesto en Guaco tienen algo que ver con la desaparición de Dino Bidal y el narrador nos da elementos suficientes para confirmar la sospecha de Leticia Bidal de que a su padre algo le pasó. Y la clave principal es Dandy, el perro que Leticia le regaló a su padre, que mientras ella denunciaba junto a sus hermanas la desaparición de su progenitor, escarbaba en la arena en busca de su amo, que ese momento era cadáver.
Aún así el lector no se resistirá a continuar la lectura del texto, primero por el manejo diestro del suspenso que adornan a Peralta Romero, y luego por descubrir porqué a Dino Bidal lo enterraron tres veces.

Cada entierro es un cóctel de situaciones inusuales, de complicidades criminales y de grandes retos para los administradores de la Justicia.

El crimen y el primer entierro involucra a los guardias de puesto en el cuartel, que el escritor identifica como El Guardia Chiquito, a El Guardia Grande, El Guardia Oscuro, y el Guardia Blanco, quizás por el instinto de sobrevivencia latente en todo ser humano, máxima si le tocó vivir en era de sombra y silencio impuesto, y Rafael Peralta no puede ser la excepción.
Además, claro, del culpable material del crimen, el cabo Martínez y los autores intelectuales, Aníbal Amparo y Antonio Sosa, estos últimos motivados por la envidia y la avaricia por la tierra ajena.
En el segundo entierro surgen nuevos personajes, víctimas del abuso de poder, arrastrados por el afán de los victimarios de cubrir con un manto de impunidad el crimen de Dino Bidal.
Y en el tercer entierro hace su entrada la Justicia, encarnada en el Magistrado Lavandier y en un asustadizo Juez de Paz, cuál Quijote luchando contra molinos de viento. Hay un momento en que la razón parece triunfar contra la fuerza cuando los culpables son condenados, pero esto no se trata de un cuento de hadas con un final feliz, sino de un crimen cometido por miembros de la Guardia de Trujillo.

Nueva vez la mano oscura del teniente general Gran Maño cambia el cause de la ingenua Justicia, que se ve obliga a adoptar una decisión salomónica: condenar al cabo Martínez y absorber de culpa a los demás militares y a los autores intelectuales del hecho.

Es tan intenso el relato y mortificantes las curiosidades que lo envuelven que no hay tiempo para las menudencias, para detenerse en romanticismo ni otras pendejadas. Sólo al final del primer juicio, los protagonistas pueden estirar las piernas y el Magistrado Lavandier disfrutar del escultural cuerpo de Leticia Bidal.

Aunque es justo aclara que además de los refranes  propios de una aldea de pescadores y agricultores de la Era del Jefe, el autor no mantiene informado de todo cuanto acontece en el mundo a través de los comentarios de Juanito, secretario del Magistrado Lavandier.

Finalmente, quiero decir que Rafael Peralta Romero maneja como nadie el humor y que esta novela está repleta de situaciones jocosas, pese al clima de muerte y angustia que impera a lo largo de toda la trama.

 

(Comentario del autor en torno a la novela “Los Tres Entierros de Dino Bidal”, en el coloquio celebrado en La Academia de la Lengua)

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